Que decir que no se haya dicho ya de estas fiestas sin igual, nada y todo. Desde el ínclito Iribarren al heterogéneo y novísimo Izu. Hablar de los Sanfermines, diseccionarlos, psicoanalizarlos, aventurarse en el siempre peligroso ejercicio de opinión sobre ellos, es siempre un trance indigesto. Digamos que éstos, a fuerza de no entenderlos, o de entenderlos demasiado, se han blindado contra toda apreciación, valoración, crítica o ITV sociológica. Se bastan y se sobran para ser lo que son, sin que nada ni nadie dicte sobre ellos sentencia, ni absolutoria ni condenatoria. Son, y ya está. Como parte de un tiempo y espacio metasociológico blindado por la santa tradición. Cómo si nada ni nadie pudiera contra la mordaza del dogma histórico que los envuelve. Deliberar sobre ellos pues, es siempre un riesgo al que responde el programa oficial: déjese de monsergas y vívalos. Cierto. Uno lleva años viviéndolos: emborrachándose hasta naufragar en una encefalopatía hepática, rompiéndose el goll
El blog de Paco Roda