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Mostrando entradas de noviembre 3, 2020

Duralex

Soy de los que ha comido en platos de duralex durante muchos años. Esa vajilla de nuestras casas que ha perdurado como los relatos de Faulkner. El Tribunal de Comercio de Orleans comunicó el 23 de septiembre pasado el cierre definitivo de la empresa. Pero como dice Rodrigo Fresán, mi memoria ahora es no lo que recuerdo sino lo que no he olvidado. Y esta vajilla está ahí, como si estuviera conversando con ella una noche de invierno alrededor del fuego de nuestro propio pasado. Y como homenaje a ese final saqué esta vieja fuente que aún aguanta en la casa del pueblo y la adorné de los últimos tomates de la huerta. Al chocar el tenedor con la fuente se produjo un ruido familiar. Y entonces la pandemia dejó de ser una maldición. Porque aquellos tomates apretaron el gatillo de la memoria. E irrumpió la maldita normalidad.

Tres días

Caminaba a duras penas, sostenida por un andador que manejaba nerviosa. Me fijé en sus zapatos, pequeños como los de una muñeca. Su rostro casi oculto por una mascarilla delataba una mujer en tiempos hermosa. Iba maquillada , quizás para ocultar la distopía dictatorial de un tiempo ya cansado. Eso imagine, pues la mascarilla solo dejaba al descubierto una mirada perdida enganchada a una soledad definitiva. Por un momento recordé a mi madre. Pero ella seguía viva, caminando por aquella acera en busca de su hermana ingresada en una residencia. Hacía veinte años que no se veían. Me preguntó por dónde se entraba. Yo iba por la misma acera cargado con un estado de alarma entre psicótico y esquizofrénico. Aquella pandemia estaba abriendo un gran agujero en el presente. -Le dije que por ahí, señalando una puerta que señalaba un futuro incierto. Llamó al timbre y oí que preguntaba por su hermana, enferma de COVID. –No señora, no. No se pueden hacer visitas a los residentes, dijo una e