Por la tarde hago dos compras. En una tienda, una dependienta de 31 años se muestra alegre, eficaz, me cuenta que come con su madre todos los días, que ésta le cuida a la hija mientras ella trabaja en una tienda de telefonía. Me atiende bien, amable a más no poder. Sonríe y se muestra dispuesta a mostrarme el producto que voy a comprar. Me procura el menor precio y busca una oferta. Trata de ser honesta con su venta. Y yo me siento incómodo ante tanta amabilidad. Le pregunto si es así siempre. Sí. Tengo trabajo, me gusta y mientras me paguen y no me despidan, voy a cuidar a la gente y a hacer bien mi trabajo. Me sorprende, pero me atrapa su sinceridad en este mar de engaños y desengaños. Compro, le doy las gracias y me invita a seguir yendo a la tienda. Sigo de compras. En una panadería, la dependienta, otra vez dependienta, me enseña diversos tipos de pan y me aconseja. Me relata cómo se hace el pan, de qué está hecho. Pareciera que está trabajando en un gran proyecto de investig
El blog de Paco Roda