Caminaba cerca de la estación de Renfe, eran las once de la mañana y el frío de Pamplona apretaba como los recortes de un tal Mariano. Cerca de un contenedor de basura, ahora tan cotizados por gentes traumadas por un presente inclemente; un hombre, quizás rumano o húngaro, alto, delgado y con la mirada perdida entre los pliegues de una ropa ajada por el tiempo, caminaba de la mano de un niño de no más de ocho años. El pequeño, de rostro moreno y piel brillante como la vida por delante que podría esperarle, echó a correr hacia el contenedor. Me acordé de algunas imágenes vistas y revistas en la televisión. Hace tiempo, cuando nosotros gozábamos de ese plus de felicidad por decreto que ahora se dispone a ser rescatado por malversación. El niño vio un camión de bomberos, prácticamente nuevo, y volví a reiterarme que tal vez habríamos vivido por encima de nuestras posibilidades. Pues tirar un camión de bomberos nuevo, o casi nuevo a la basura en estos tiempos de incendios, podía s
El blog de Paco Roda