El pasado 1 de octubre se cumplieron diez años de su muerte. Lo conocí hace años en el “poblado” de Santa Lucía. Me llamó para hacer un reportaje sobre la comunidad gitana y las Casas de Múgica . Lo bordó con ese saber hacer de un viejo zorro del periodismo de trinchera. Era capaz de sintetizar en una hoja lo que a mí me había costado tres años. Ya antes, servidor se bebía de un trago sus columnas en Navarra Hoy y Diario de Noticias . Rascaban como bourbon de garrafón. Y es que aquellas columnas estaban hechas de cuerpo y alma. Por eso no se caían en la primera línea. Eran inflamables; sí, pero cuando estallaban sabías que formabas parte del exploto . Así que leerlas se convirtió en una penitencia redentora. Porque aquellas columnas explicaban la realidad sin filtros, sin el ropaje de la adulación o el vértigo de la autocensura. Como otros grandes del momento: Vázquez Montaban o Haro Tecglen, gentes que pensaban como demonios y escribían como los ángeles. Siempr
El blog de Paco Roda