En que las cosas estaban claras. O cuando menos en su sitio. Las cosas de la vida, la muerte, del amor y del día a día; las creencias, las utopías y hasta el lugar que uno ocupaba en el mundo. Todo estaba en su sitio. Sabíamos a qué atenernos. Usted sabía las reglas del juego. Uno militaba y amaba y sabía porqué y para qué . Uno tenía fe, el que la tenía, y le servía para interpretar los designios del pasado, del presente y hasta del futuro. Porque el destino no era un juego trucado y el presente sucedía al pasado. En definitiva, estábamos armados de un yo fuerte y sin fisuras. Y si éramos rehenes, sabíamos el precio del rescate. Pero ese yo fuerte y cartesiano se ha fragmentado en mil pedazos. Ya nadie sabe a qué atenerse. Su vida, la de usted y la mía, es un itinerario a la deriva que puede recalar en varios puertos, reconstruirse decenas de veces y reinventarse en sucesivos yoes edificados sobre los restos de no pocos naufragios amorosos o sobre los numerosos
El blog de Paco Roda