Hace tiempo, el primero de mayo ejercía sobre mí un efecto catecumenal y, hasta cierto punto, fortalecedor de mi conciencia de clase. Viví muchos primeros de mayo como pequeños recordatorios anuales que me confirmaban mi lugar en el mundo, el que ocupaban los obreros de mi generación sin más armas ni argumentos vitales que su fuerza de trabajo. Más aún, una especie de comunión mística se establecía entre toda la clase obrera. Porque ese día se confirmaba que todavía era posible encontrar un lugar donde todos nos midiéramos por el mismo rasero. Yo he cambiado. Y también la sociedad que me rodea, el mercado en el que vendo mi fuerza de trabajo y las relaciones laborales y sociales que nos sitúan a un lado o a otro, no de la barricada, sino del reparto de oportunidades de ser alguien en el mundo. Porque, pese a ciertas corrientes filosóficas posmodernas, el trabajo sigue siendo lo que a uno o a una lo identifica, le da sentido, lo convierte en ciudadano de primera
El blog de Paco Roda