Acabé Patria tras siete horas casi seguidas, intensas, enganchado a la mecánica cuántica de un tobogán que te subía y bajaba a su antojo. Fernando Aramburu (FA) gana en las trescientas ultimas páginas lo que –creo- “pierde” en las primeras doscientas. Y es que en esas primeras páginas uno siente que en esta novela hay buena y mala gente. Y puede ser verdad. Gente que es perpetradora del mal y gente que lo sufre. Así, este lector se ve tutorizado emocionalmente por la fuerza de los hechos hacia una posición ética y sentimental que, hasta puede compartir. Pero se niega a ese ejercicio de acompañamiento hacia ningún lugar que no sea la libre voluntad de elegir a sus propios personajes. De ubicarlos allí donde su propia lectura filtrada le permita. ¿Es esto maniqueísmo? No lo creo. De verdad. No diré nunca que Patria sea maniqueista. Quizás Patria no se pueda escribir, de momento, de otra manera. Y digo de momento. Y aquí se notan los efectos retardados de sus ultimas nove
El blog de Paco Roda