A las doce y veinte minutos de la noche del 24 de mayo, el todavía consejero Javier Esparza, entró en un profundo coma emocional. Sudaba por las axilas y sentía una extraña sensación de inquietud. A la altura del diafragma notó cómo sonaba una armonía parecida a la marcha fúnebre de Chopin. Su móvil no dejaba de recibir whatsapps y la cabeza estaba a punto de estallarle. De repente, se fundió en negro consigo mismo y sintió que se rompían los renglones del dictado que alguien le había prescrito durante el último mes. Y notó el vacío, y el miedo que sienten los perdedores encumbrados por la euforia perpetua. Quiso reconocer errores, disculparse con alguien que le prestara un hombro cálido, pero la obediencia debida le podía. Se sentía como el novio de la Virgen del Rencor. En esas estaba, cuando la presidenta de UPN le convocó de urgencia. Eran las tres de la madrugada, la hora de laudes que él tanto recordaba. Las ojeras demacraban su rostro. Y es que la lógica, o la ro
El blog de Paco Roda