Susan Aldworth. Cogito ergo Sum El amor es una agonía permanente. Tal vez por esa razón, Vicente, un anciano de 83 años, cansado de ver sufrir a su esposa en estado terminal y ausente del mundo, decidió poner fin a una vida vacía de ilusión y de sentido. Manuela padecía Alzheimer, un extravío de la mente hacia la nada, un trastorno caótico de los sentidos. Tras asfixiarla, confesó a la policía que “ no podía seguir viéndola sufrir” y, que sólo se arrepentía de no haber tenido fuerzas suficientes para suicidarse a continuación. Y es que cuando uno muere para el mundo, abandona su noviazgo con la vida. Vicente mató por pasión o por puro amor. Al menos eso es lo que quiero pensar. Tal vez este hombre estaba convencido de que el alborozo hay que sentirlo con alguien y cuando no tenemos a ese alguien al lado, nos acercamos a las cimas del infierno. La pareja vivía ya en un cementerio de ilusiones, en las cavernas de la dignidad, allí donde estallaba a diario l
El blog de Paco Roda