Jesús pronto cumplirá 84 años. Pero ni su rostro, todavía terso, ni sus ralos cabellos plateados delatan sus años. A no ser por esa mirada perdida que a cierta edad sólo descansa en el infinito. Y es que su memoria, torpe y desorientada, es ya un resto de serie de una biografía que ha sobrevivido a los avatares de un siglo XX convulso y cruel. Jesús es un anciano. Cierto, a esa edad, salvo raras excepciones, la vida es un regalo. Porque a esa edad solo resta reconocer la honorabilidad que confiere la resistencia vital. Pero Jesús es ya invisible. Porque llegando a ciertos años no cuentas, excepto para engrosar la lista de espera del geriátrico. Algunos días lo veo recorrer con enérgicas dificultades, casi siempre en compañía, la vieja ciudad. Camina despacio, con el tiempo a la espalda, pero lo hace con firmeza, como si tuviera una fe ciega en volver a ser lo que fue. Y cada día pelea con su enfermedad para encontrar en las calle
El blog de Paco Roda