En aquel país en bancarrota, su presidente, un yonki de la posverdad, había convertido la mentira en un acto honorable y la estafa en una actitud subvencionada. Pese a ello, aquel país era feliz. Los jubilados morían en invierno al calor de estufas congeladas, muchas camareras a precario celebraban a diario su despido, algunos banqueros cerraban tratos con atracadores y la policía, los jueces y hasta la abogacía del Estado ya no se regían por la Constitución sino por los guiones de las series de TV más populares. Aquel país era feliz así, con sus parados varados en un consumo apocalíptico, sus millones de turistas alimentando una economía falaz y depredadora y sus miles de jóvenes desempleados huyendo a otras tierras prometidas. Aquel país, donde unos tenían desgracias y otros obsesiones, era feliz así. Sonriendo a la adversidad santificada como un mal necesario. Por poner un ejemplo tonto; en 2017 hubo 45.495 desalojos forzados de viviendas donde vivían 40.000 niños o a
El blog de Paco Roda