En aquel país en bancarrota, su presidente, un yonki de la posverdad, había convertido la mentira en un acto honorable y la estafa
en una actitud subvencionada. Pese a ello, aquel país era feliz. Los jubilados
morían en invierno al calor de estufas
congeladas, muchas camareras a precario celebraban a diario su despido, algunos banqueros cerraban tratos con atracadores y la
policía, los jueces y hasta la abogacía del Estado ya no se regían por la
Constitución sino por los guiones de las
series de TV más populares. Aquel país era feliz así, con sus parados varados
en un consumo apocalíptico, sus millones de turistas alimentando una economía
falaz y depredadora y sus miles de jóvenes desempleados huyendo a otras tierras
prometidas. Aquel país, donde unos tenían desgracias y otros obsesiones, era
feliz así. Sonriendo a la adversidad santificada como un mal necesario. Por
poner un ejemplo tonto; en 2017 hubo 45.495 desalojos forzados de viviendas donde
vivían 40.000 niños o adolescentes. Aquello sonaba mal, sí, pero la gente era
feliz mirando para otro lado. Aunque casi cinco millones de trabajadores no
hubieran tenido subida salarial en los últimos diez años y otros dos millones
de desempleados no cobraran ninguna prestación del paro. Pero era igual,
seguirían apoyando a ese presidente venal que
siempre tenía a mano un chivo
expiatorio: "la única sombra que se cierne sobre la economía española es
la inestabilidad catalana”. Porque allí la gente había olvidado que vivir es
indignarse y era feliz mientras los telediarios
solo hablaran de gilipolleces propias de una reunión de vecinos malencarados.
Porque en aquel país, del que muchos querían huir, la gente sabía
que la realidad no se ajustaba siempre a un orden alfabético. En estas,
llegaron las rebajas y la gente se atrincheró en las barricadas del consumo.
Había que hacer frente a tanta bobada.
Hace 15 años escribí este artículo en Noticias de Navarra. Hoy hace 15 años de la muerte de este inmenso poeta catalán. Mientras algunos políticos analfabetos se enriquecen por el morro, mueren los poetas. A uno el cuerpo le pide mandarle a ese tal Galipienzo uno de los poemas de Miquel Martí i Pol, el poeta-obrero catalán muerto el martes pasado. Pero hay algunos hombres tan necios que si una sola idea surgiese de su cerebro, ésta se suicidaría abatida por su dramática soledad. Por eso prefiero seguir leyendo a este inmenso poeta que se ha ido en busca de un mundo donde reconstruir sus utopías. Miquel Martí i Pol fue una de las voces emblemáticas de la poesía catalana y un referente imprescindible de la identidad catalana. Un escritor de enorme carga emocional, un hombre que construía versos con los que se jugaba la vida en cada instante. Un obrero de toda la vida que empezó a trabajar a los catorce años en una fábrica de Rod...
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