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Felices



En aquel país en bancarrota, su presidente, un yonki de la posverdad,  había convertido  la mentira en un acto honorable y la estafa en una actitud subvencionada. Pese a ello, aquel país era feliz. Los jubilados morían en invierno al calor  de estufas congeladas, muchas camareras a precario celebraban a diario su despido, algunos banqueros cerraban tratos con atracadores y la policía, los jueces y hasta la abogacía del Estado ya no se regían por la Constitución  sino por los guiones de las series de TV más populares. Aquel país era feliz así, con sus parados varados en un consumo apocalíptico, sus millones de turistas alimentando una economía falaz y depredadora y sus miles de jóvenes desempleados huyendo a otras tierras prometidas. Aquel país, donde unos tenían desgracias y otros obsesiones, era feliz así. Sonriendo a la adversidad santificada como un mal necesario. Por poner un ejemplo tonto; en 2017 hubo 45.495 desalojos forzados de viviendas donde vivían 40.000 niños o adolescentes. Aquello sonaba mal, sí, pero la gente era feliz mirando para otro lado. Aunque casi cinco millones de trabajadores no hubieran tenido subida salarial en los últimos diez años y otros dos millones de desempleados no cobraran ninguna prestación del paro. Pero era igual, seguirían apoyando a ese presidente venal que  siempre tenía a mano  un chivo expiatorio: "la única sombra que se cierne sobre la economía española es la inestabilidad catalana”. Porque allí la gente había olvidado que vivir es indignarse y era feliz mientras los telediarios solo hablaran de gilipolleces propias de una reunión de vecinos malencarados. Porque en aquel país, del que muchos querían huir, la  gente sabía  que la realidad no se ajustaba siempre a un orden alfabético. En estas, llegaron las rebajas y la gente se atrincheró en las barricadas del consumo. Había que hacer frente a tanta bobada. 

Articulo publicado el 8 de enero de 2018 en Noticias de Navarra 


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