Miguel Sanz no durmió bien la noche del jueves 11 de abril al viernes 12. Ese día, viernes de pasión para él, declaraba como imputado por el cobro de dietas en la antigua CAN. Se acostó ya inquieto, no cenó y un murmullo interior, cercano al desasosiego le invadió mientras apuraba un vaso de leche caliente que le había preparado su esposa Villar. Apenas dijo nada y la mirada fija de su entrecejo se confundía en las sombras de una noche que se avecinaba larga. A las tres y cuarto de la madrugada, sudoroso, se despertó agitado por un sueño extraño y cruel. Sus amigos más íntimos le estaban azotando con látigos de brea incendiada mientras su cuerpo desnudo colgaba de un árbol muerto y sin hojas. Ya no logró conciliar el sueño mientras se removía incesante en la cama empapada por las secreciones que producen los miedos de dudosa procedencia interior. Apenas se reconocía. Se levantó a las 6,30, el sol todavía no lucía aquella mañana, y él se preparó un café car
El blog de Paco Roda