Al comienzo de esta crisis, quizás algo más avanzada,
cuando la saturación de excrementos inundaba ya
la vida política y social, leí una columna de Manuel Vicent que
venía a decir que, agotada la crítica, por exceso, a las instituciones enmarañadas en la red de
animadversión popular, de los políticos, sus gestos, sus actitudes, sus actos y
agotado también el análisis empírico de la realidad, porque ya sabemos
qué pasa, por qué pasa y cual es el fondo más negro de los comportamientos de
cada uno de los corruptos que nos gobiernan y adoctrinan desde sus púlpitos
mediáticos, agotada esta vía de entendimiento de la realidad, decía Vicent,
solo cabía la literatura como acto de salvación, como acto explicativo y
expiatorio de una realidad nueva e inaccesible cautiva en su escoria desoladora. No fui capaz de
seguirle. Me negué a creer que la literatura, por si sola, con su capacidad de
remover y construir mundos nuevos, pudiese no ya explicar, sino apaciguar el
deseo de entender qué nos está pasando.
Llevo tiempo intentando, día a día, hora a hora,
comprender más y más por qué ocurre lo que ocurre; entender cada gesto, cada
detalle, cada decisión, comportamiento,
cada pensamiento, palabra, obra u omisión de cada corrupto, banco, senador, ideólogo,
político, encausado, jefe de gobierno,
responsable del Banco Central europeo,
jefe de FMI, decisiones del consejo de ministros europeos y Comisiones europeas de yo que
sé; y no llego. O llego a todo. Lo veo con claridad. Sé por qué ocurre. Pero no
puedo seguir más allá. No sé que se puede hacer para remover los cimientos de tanta basura. Se ha cerrado la puerta y parece que solo queda la única
puerta que da a la calle. Pero aún así, la calle, que está que arde, no acaba de
explotar. La revolución aún está inmadura. Y quizá la espera se lleve mejor con
algo de literatura. He acabado, por segunda vez, Crematorio, de Rafael Chirbes, una apoteosis de la gran vergüenza española
llamada corrupción y que da paso a su última dentellada, En la orilla. Un placer en medio de tanta mierda.
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