ESTE querubín de ojos marinos y doble fondo moral, se hizo un hueco en el infierno el mismo día que quiso ascender a los cielos al casarse con una infanta a la que había enamorado por sus hábiles juegos de manos con un minúsculo balón. Desde ese día, el fornido muchachón esculpido por Praxíteles, con cara de no haber roto nunca un plato e icono de toda suegra con aspiraciones, inició una loca carrera en busca de su propia destrucción. Ese día, cuatro de octubre de 1997, festividad de san Francisco de Asís, patrón de los indigentes y pordioseros, este fetiche atlético y poco más, pegó un braguetazo muy similar al que dio Jesús Aguirre, extonsurado y posterior duque de Alba, al emparentar con la realeza. Por entonces se comentó que había sido un braguetazo a la altura del Everest. Nadie sabe, excepto él mismo, cuándo perdió la virginidad asceta que durante años hizo de él un deportista de élite. Un personaje del colorín al que el Hola le hacía la ola día sí, día también. Ahora
El blog de Paco Roda