Aquel intento de golpe de Estado, del cual alguna vez habría que saber hasta qué punto fue una trampa mortal para la democracia y la bastarda Transición incompleta, dejó rastros, dejó un inmenso reguero de perversión en su recuerdo. No sé si de verdad se abortó o se perpetuó sutilmente en el tiempo. Como las dictaduras latinoamericanas pero en versión casposa. Solo sé que hoy, a años luz de aquella noche, tan lejana y cercana a la vez, el golpe fue efectivo. Efectivo para el devenir inmerecido de una ciudadanía secuestrada. La casta del poder real, la banca, la monarquía y la cúpula policial y militar, como siempre, y sin tentación alguna de leninismo teórico, imponen su ordeno y mando sin pudor. La democracia firmó su acta de defunción antes de nacer en España. Lo demás son cuentos de Calleja. Malas artes para conspirar en medio de tanta barra libre. Aquel 23F no tiene nada que ocultar ante este 23F. Tejero se llama Urdangarin, pero también podía ser Joan Rosell, Milans del Bosch, podía ser Barcenas y Rajoy podría encarnarse en el general Juste. Que más da. Aquel golpe irresuelto bien podría ser la metástasis de este reino de España corrompido por tanto fascista económico blindado ante una corrupción democráticamente amable.
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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