Al otro lado del estrecho ya olía a primavera. En Tarifa, en algunas terrazas del Paseo Marítimo, se servían boquerones fritos y el viento de Levante llevaba hasta las costas de Africa un olor a fritanga que excitaba a los descendientes de los primeros esclavos que atravesaron el Atlántico. Koutiala Bani había nacido en Freetown, capital de Sierra Leona, en un suburbio infectado de traficantes de marfil y prostitutas con Sida. Era el mayor de cinco hermanos que habían visto decapitar a su padre por un mocoso de trece años que vomitaba heroína adulterada sobre los cadáveres que coleccionaba, como muestra de hombría, durante la guerra civil que asoló al país durante 1991. Bani lloró amargamente durante un mes hasta que se despidió de su madre. Sobre la tumba de su padre prometió vengar su muerte y volver con el dinero suficiente para liberar de la miseria a su familia. Pero para eso había que cruzar un mar que, para entonces, ya estaba infectado de cadáveres que naufragaron so
El blog de Paco Roda