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Mostrando entradas de noviembre, 2019

Háztelo mirar

Hoy iré a la manifestación. Como muchos hombres feministas, claro que sí. Pero a menudo me pregunto si no seré un machista feliz encantado de ser feminista. Y no, no me confundan con ese machista rotundo que otro día que se llevó por delante a la madre de sus hijos. Lo que me estoy preguntando es si mi machismo aceptado socialmente entre los aliados feministas no será también arte y parte del orden patriarcal que no acaba de ceder. Hoy se celebra ese Día Internacional que nos interpela a los hombres. A ver, soy blanco, heterosexual, soy cis, como Asirón, y creo en la igualdad. Incluso escribo y milito. Todo de manual. Y sin embargo, en lo más profundo mí,  creo que hay algo como varón patriarcalizado que no ha saqueado aún sus machismos más íntimos, esos que en la cotidianidad más normalizada se pasan por alto. Esos que estabilizan y sostienen la normalización de la violencia contra las mujeres. Porque esa violencia, creemos,  es cosa  de otros, de los maltratadores c

Ortega y casi Gasset

Casa Ortega, noviembre de 2019 Cada vez que paso por delante de esta tienda siento algo extraño. Algo así como esos animales salvajes que huelen el amanecer con la indisimulada sospecha de que sí, que después de todo, esta puede ser la ultima salida de sol. Pero insisto en pasar ahí, desafiando esa negra intuición.  Ortega lleva muchos años, muchos en plena calle Mayor. Recuerdo a sus empleadas porque yo trabajaba, cuando era un crio de 14 años en Tejidos Gorriz, en el actual Condestable. Sigo entrando en  Ortega.Y me invento cualquier excusa para comprar; unos pañuelos de “mocos” de los que nadie usa o un par de calcetines. Solo para sentir la totalidad de ese paisaje donde comprar todavía es una épica fascinante. Donde al mirar las estanterías repletas de un género aún sin globalizar, sientes que ahí están todas esas preguntas que permanecen sin respuesta. Porque en ese universo, el paso universal del tiempo se confunde con el paso privado de nuestra vidas. Entrar en Casa Ort

Avoxcal

Conocí a Abdelaziz en un centro de menores hace un año. Sí, es un “mena”. Ahora tiene 15 años y se mueve como un relámpago que cruza la oscuridad. Sus ojos son un par de ventanas abiertas al crepúsculo. Nació en la aldea marroquí de Beni Abdallah, donde la miseria no te hace compartir los mismos sueños, sino las mismas pesadillas. Un lugar áspero que, como dice Mestre, solo madruga para ir a fabricar el agua de las lágrimas. Allí, tiene dos hermanas raptadas que cuid an a una madre ciega y un padre desconocido. Tenía también dos hermanos que firmaron su finiquito en el mar de todos los muertos. Abdelaziz jamás fue a la escuela. Nació en una región donde la producción de hachís y la emigración son el santo y seña de su historia. Allí el 95% de la población es pobre. Porque ni las remesas de los prófugos ni el hachís dan para vivir. Abdelaziz tenía un libélula en el corazón mientras otros tienen un patria. Así que solo le quedaba huir. Lo encontraron en Algeciras adosado a los bajos

Houston tenemos un problema

A estas alturas  ustedes ya saben lo que nos espera. Otras elecciones o un pacto trampa. Y me pregunto si existe algo más rastrero que fracasar a la hora de matarse, ese extraño vicio hecho arte por una izquierda que no podrá gobernar si no es desahuciándose a sí misma. Tampoco la derecha y la ultraderecha unidas jamás serán ungidas. Pero sienten el vértigo de caer hacia arriba. Los nacionalismos, pese a la demonización, ganan terreno y sin ellos no hay investidura. Pero tras la sentencia, Sánchez no tendrá ningún voto independentista. Y ni siquiera una sopa de letras indigesta alcanzaría los 176 escaños. Así que se adivinan nuevas lógicas subvertidas. La principal, que el PSOE se inmole en el altar de la traición y pacte un acuerdo de Estado con el PP para cerrar el costurón independentista a sabiendas que la sinceridad se ha hecho imposible. Ese acuerdo se estaría fraguando por dos razones. Una, porque ese Frente Constitucional Antiindependentista sería el mejor instrumento de

Y el vivo al bollo

  Foto: Cristina García Rodero ¿Quién puede negarle un favor a un muerto? Me hice esa pregunta mientras caminaba   la semana pasada por el cementerio de Pamplona. La tarde era cálida y transcurría bajo un cielo incendiado. Estaba cercano el uno de noviembre y los muertos esperaban, como cada año, a seguir muriendo. Entré por la Puerta del Río y observé que algunas familias gitanas, de luto inmaculado, cerraban los ojos de sus muertos, porque dicen que si no, el cadáver permanecerá en un estado de semivigilia y nunca morirán el todo.   Y rociaban   sus tumbas con   rosas, claveles   y camelias; como si quisieran conquistar la eternidad. Cerca de ellas, en la calle de San Marcos, algunas mujeres llevaban gravada en el rostro la hipoteca del dolor y la soledad. Y sobre la tumba de sus seres queridos depositaban lágrimas de santidad. Por la mirada que alguna de ellas me dirigió, sospeché que quizás, aquellas viudas no le temían al breve instante de la muerte, sino