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Ortega y casi Gasset



Casa Ortega, noviembre de 2019

Cada vez que paso por delante de esta tienda siento algo extraño. Algo así como esos animales salvajes que huelen el amanecer con la indisimulada sospecha de que sí, que después de todo, esta puede ser la ultima salida de sol. Pero insisto en pasar ahí, desafiando esa negra intuición. 
Ortega lleva muchos años, muchos en plena calle Mayor. Recuerdo a sus empleadas porque yo trabajaba, cuando era un crio de 14 años en Tejidos Gorriz, en el actual Condestable. Sigo entrando en Ortega.Y me invento cualquier excusa para comprar; unos pañuelos de “mocos” de los que nadie usa o un par de calcetines. Solo para sentir la totalidad de ese paisaje donde comprar todavía es una épica fascinante. Donde al mirar las estanterías repletas de un género aún sin globalizar, sientes que ahí están todas esas preguntas que permanecen sin respuesta. Porque en ese universo, el paso universal del tiempo se confunde con el paso privado de nuestra vidas. Entrar en Casa Ortega es como pasear por un calendario de 114 años. Y te dan ganas de quedarte ahí, no sabes bien en qué año ni en qué mes. Aunque puestos a elegir me quedaría en Diciembre, cuando la gente de los pueblos de la Cuenca se acerca para abastecerse de esa ropa de invierno que solo puedes encontrar aquí. Porque en Ortega te sientes un feliz prisionero traficando con el tiempo.

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