Traslado de los restos de Mola y Sanjurjo al monumento a los Caídos, Pamplona, 18 de julio de 1961. Foto: Rafael Bozano Hay quien dice que a Mola lo resucitó un golpe de memoria. Y unas palabras sangrantes como bayonetas caladas en el pecho de sus víctimas. Lo cierto es que en noviembre de 2016 el general despertó brazo en alto. Lo sacudió de su tumba una vieja corneta entonando un himno fascista. Había muerto hacía 79 años pero aún permanecía en activo en el mausoleo de los Caídos, levantado en 1942 por orden de un fascista para honrar una sola sangre. Cuando despertó se encontró con su viejo camarada de golferías sangrientas, Sanjurjo. Ambos, golpistas profesionales y carniceros por la gracia de Dios, se saludaron marcialmente y recordaron sus muertes. Las suyas y las de sus víctimas. Y volvieron a brindar por ello. Y es que ambos creyeron estar aún en los despachos donde se firmaban día sí, día también, asesinatos en masa. Mola recordó entonces sus propias palabras:
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