Traslado de los restos de Mola y Sanjurjo al monumento a los Caídos, Pamplona, 18 de julio de 1961. Foto: Rafael Bozano |
Hay quien dice que a Mola
lo resucitó un golpe de memoria. Y unas palabras sangrantes como bayonetas
caladas en el pecho de sus víctimas. Lo cierto es que en noviembre de 2016 el
general despertó brazo en alto. Lo sacudió de su tumba una vieja corneta entonando un himno
fascista. Había muerto hacía 79 años
pero aún permanecía en activo en el mausoleo de los Caídos, levantado en 1942
por orden de un fascista para honrar una
sola sangre. Cuando despertó se encontró con su viejo camarada de golferías
sangrientas, Sanjurjo. Ambos, golpistas profesionales y carniceros por la
gracia de Dios, se saludaron marcialmente
y recordaron sus muertes. Las suyas y las de sus víctimas. Y volvieron a
brindar por ello. Y es que ambos creyeron estar aún en los despachos donde se
firmaban día sí, día también, asesinatos en masa. Mola recordó entonces sus
propias palabras: “Todo aquel que sea abierta o
secretamente defensor del Frente Popular, debe ser fusilado”.
Isidoro Eguía Olaetxea fue detenido tras el golpe fascista de 1936. Por
nada. Y nunca más se supo de él. Esas
palabras de Mola acabaron con su
vida en julio de ese mismo año. A parecer su cuerpo está bajo tierra en el
paraje de Las Tetas, en Zizur Mayor. Pero hay quien dice que Isidoro
sigue vivo. Porque en noviembre de 2016 lo vieron en los Caídos. Allí se acercó
a Mola, acompañado por Maya y el ministro del Interior y les dijo:
“Ustedes confunden lo público con lo privado y lo mezclan a su antojo. Ustedes
no pueden ser equidistantes, ni defender el honor privado de un muerto sin tener
en cuenta el sangriento hedor de su biografía. No pueden. Porque ese
enterramiento, que yo no disfruto, ha sido durante 55 años una injuria para sus
víctimas. Porque otros muertos seguimos vivos clamando un lugar en la historia
que ustedes ignoran”. Acto seguido Isidoro volvió a morir.
Artículo publicado el 26 de septiembre de 2016 en Noticias de Navarra
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