Cuando hacemos de la ética y el honor bandera pasan estas cosas. Cuando apelamos a la moral, la ajena por supuesto, ocurre lo que ocurre. Cuando nuestra moral está por encima de toda sospecha, la sospecha se convierte en un dardo afilado que penetra suavemente en nuestra intimidad más bastarda. Destrozándola. Cuando son los demás, siempre los demás, los que deben saldar sus cuentas con el presente, incluso con el pasado, blindamos nuestra privacidad contra las inclemencias del tiempo. Aunque tengamos un alma construida con materiales de derribo. Porque son ellos, los calumniadores, los maliciosos, los insidiosos, siempre los otros, los que deben rendir cuentas ante los demás. Ser éticos y leales. No yo. Ocurre que cierta gente, mucha gente, en este país de bastardos de contrastada incorrección democrática, dan lecciones de integridad para pobres. Gentes de misa, comunión, incluso confesión diaria, cuyo doble fondo moral de la bragueta usan como profiláctico an
El blog de Paco Roda