La semana pasada soñé que me quedaba en el paro. Leerse la reforma feudal del mercado laboral tiene esos efectos secundarios. Así que por la mañana, sin saber si había dejado la alucinación en la almohada o no, me fui angustiado a la oficina de la Rochapea. Desde el ascensor de Descalzos, la nueva Rochapea se ve roturada a cartabón. Imaginé entonces que también esa oficina habría sufrido similares efectos devastadores. Efectivamente. Me extravié en mi propio laberinto y la encontré muy cambiada. No me aclaraba si aquello era una oficina de empleo o de desempleo. Por un lado, el Estado se empeña en llamarlas de empleo, pero la gente las conoce como oficinas del paro, lo que demuestra que la gente vive la realidad pero el Estado se la inventa. A lo que iba. En aquella oficina reinaba un silencio que cortaba el aliento. Nadie protestaba, ni blasfemaba. Allí solo palpitaba la sumisión del vencido por la renuncia envilecedora. Luego eché en falta las colas que en la d
El blog de Paco Roda