Foto: Premín de Iruña En el cielo hay un sala, según se sube, a mano derecha, donde se tramitan los expedientes de santidad. En esa oficina iluminada por una luz cegadora, trabajan sin cesar algunos funcionarios celestes. En la puerta cuelga un letrero que dice: reservado el derecho de admisión. Sobre las mesas, del mismo mármol que Miguel Ángel utilizó para esculpir su David, reposan algunas solicitudes para acceder a ese estado eterno que ya cotiza en la Bolsa de Roma. El último en llegar ha sido Josemaría. Un santo que no ha hecho nada relevante en esta vida. Salvo medrar entre los pasillos vaticanos vendiendo su nombre con denominación de origen de santidad. Aparte de esto, nada. Y es que uno se trabaja su ascenso a los cielos en la medida que ha sido decepcionado por las paradojas terrestres. Y este hombre ha vivido y se ha implicado más bien poco en los auténticos problemas de la gente normal y corriente. Ignacio Ellacuria y Monseñor Romero fueron a
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