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Mostrando entradas de septiembre, 2017

Frente Norte

Esparza, el apocalíptico de UPN se ha venido arriba. Y aprovechando que estos días la vida se retuerce por todos los costados, se ha apuntado al patriotismo litúrgico desoyendo a su psicóloga, quien le dice: después de medianoche medita como si ya no formaras parte de la vida. Pero ni caso. Y es que Esparza anda de peregrinación por los principales circuitos del españolismo más campeador: Intereconomía, Nueva Economía Fórum y hoy mismo, en la Fundación de Mayor Oreja, quien ha dicho que “el proyecto de ETA de ruptura de España está vivo en Cataluña”. Ahí estará hoy junto a Ana Beltrán, del PP; pontificando sobre qué pasa en Navarra y cómo frenar la deriva independentista que se avecina en Navarra. Dicen. Y es que Esparza se presenta como el agrimensor de la sensatez, el profiláctico regionalista frente al independentismo vasco. Ya lo dijo el viernes en Madrid al calor del constitucionalismo más degenerado, “Navarra es la perla del nacionalismo, lo que le falta al nacionalismo

¿Turismoqué?

La turismofobia ha sido la palabra del verano. Una sugerente idea con la que jugar en cada informativo. Pero ante todo es una palabra viciada. O construida con toda la intención influyente del discurso hegemónico. Ese que se amasa en las factorías mediáticas que evitan nombrar el malestar real del día a día. Porque ya no se habla de lo que realmente pasa. Hay un uso intencionado del lenguaje que convierte la vida en una sátira degradada. Como alguien ha dicho, hay una burbuja inflacionista del parloteo. Y la turismofobia, como otros palabros artificiales, se ponen en funcionamiento para travestir las cosas reales. O para criminalizar otros conceptos y generar adhesiones indirectas. Y es que echar mano de esta palabra-tótem, ha sido un recurso comunicacional e ideológico con claras intenci onalidades. El PP,  y los grandes medios, la ha incorporado a su cartera comunicacional como afrenta y desafío al glorioso PIB estatal. Ese del que don Mariano viene comiendo calien

Casco Viejo: aguanta o revienta

¿Es que nadie lo ve? ¿Es que aquí solo viven contentos los sumisos? O es que el contentismo institucional   ha acabado con toda mirada critica. El proceso de degradación residencial   del Casco Viejo pamplonés es escandaloso. Pese a la   propaganda oficial. Pese al intento de banalizar, cuando no criminalizar,   las quejas de la vecindad más afectada. Pese a ignorar normas de convivencia, ordenanzas y otras leyes. Pese a llenar el Casco Viejo de ferias, fiestas, conmemoraciones, actos, kalejiras, jornadas, concentraciones, conciertos, txosnas, eventos, pasacalles, días de la txistorra, del rosado, del vermú o botellones disfrazados de participación comunitaria. Y así día sí día también. Hasta reventar de pura fiesta. Como si no existiera el mañana.   El Casco Viejo es un bar a cielo abierto. Un espacio de atomización invasiva sin límite alguno. Un lugar donde vivir se ha puesto cuesta arriba. Y sí, mucha amabilización. Pero el núcleo duro del Casco Viejo muere de éxito privado,

Catalunya: tocata y fuga

Nada me une a España. Salvo el azar, los imperativos legales y una vida de vaivenes desde hace 60 años. Me dirán que   eso es mucho. Y sí. Es mucho como para desespañolizarse por decreto. Si me preguntan si me siento una cosa u otra, les diré que no sé. Nunca ocupé plaza fija en lugar alguno . Y me dirán que todo dios tiene una identidad. Y sí, algunas veces me siento ciudadano, otras súbdito retenido y otras un privilegiado. Y muchas más encabronado contra ese proyecto de la España filoborbónica y corrupta secuestrada por un gobierno de trileros. Gente que habla de democracia, responsabilidad y decencia moral mientras mercadea con Lucifer. Gente que apesta a trampa. Gente que come caliente desde los Austrias. Y entonces entiendo a la ciudadanía catalana. Y sus deseos de largarse de esta ciénaga. Yo también creo que fuera se debe estar mejor.   Eso es muy terapéutico. Pero tampoco a cualquier precio. El aznarismo utilizó a ETA como un ansiolítico para gobernar de prestado. Y usó

Catexit

En tiempos, ETA cansó a la sociedad vasca – no digamos a la española- de palabra, obra y omisión. Y también lo hizo la propia gestión política y emocional  del conflicto o como usted lo quiera nombrar. La sobreabundancia de sucesos, noticias, análisis, acontecimientos, idas, venidas, entradas y salidas del fenómeno y   la información que generaba, abusó de la paciencia ciudadana. De su capacidad de entender qué estaba pasando y a qué precio había que vivir. Todo ello ocurría  superado por la incertidumbre o el miedo, las hipotecas ideológicas   o la obediencia debida. O por todo a la vez. Gran parte de la traca   final de ETA   responde al aburrimiento, a la desidia, a la indiferencia ante la violencia, la muerte, la persecución, el odio, la tortura y la banalidad ante  tanto sufrimiento. En el fin de ETA influyó la política, en parte, y también la sensatez de muchos, pero también una actitud social de indiferencia ante todo lo reiterativo por decreto. Ante una situación que parec