Agustina tiene Alzheimer desde hace cinco años. Su hija Irene dice que estos son los mejores años que ha pasado junto a ella. Y es que antes tenían sus diferencias. Las justas y necesarias en toda familia que se precie. Ahora les une la ternura y el abrazo.Y no pocas disquisiciones que no van a ninguna parte. Pero a Irene ya no le interesa ir con su madre a ningún lado. Imagino que a Agustina tampoco. Salvo a ese sueño limpio de polvo y paja que anida en una mente en huelga y maravillosa. En ocasiones, Agustina evoca un pasado lejano y siente que ha pulverizado el presente. Porque es capaz de decir adiós sin marcharse. A Irene eso le gusta. Pero también le desgarra. El antiguo eslabón de la cotidianidad sin raspaduras ha saltado en pedazos convertido en un tsunami sin control por culpa de unos cromosomas subversivos. Agustina era maestra y cuando sale de paseo intenta recordar ríos, afluentes, cabos y cordilleras. Pero ya ni tan siquiera reconoce su geografia pers
El blog de Paco Roda