Soñé que yacía en una camilla, desnudo y cubierto por una sábana blanca. Unas correas me fijaban aún más a la sentencia del jurista. La camilla estaba anclada en el centro de un patio a cielo abierto. Era el patio de una cárcel. Abrí los ojos. Tras los barrotes de las ventanas que daban a ese patio, vi algunos presos que lloraban lágrimas de sangre. Presenciaban mi propia ejecución. De una puerta metálica vi salir a un enfermero que portaba un maletín. Se acercó a mi. En su retina llevaba grabada la imagen de un caballo muerto. Me preguntó si sabía mi nombre. Le dije que llevaba veinte años delirando por un corredor sin destino. Me preguntó si recordaba el delito por el que me iban a inyectar Tiopental sódico. No, respondí; lo he olvidado. Entonces me examinó como un chacal en medio de la noche. Me cerró los ojos con un masaje que agradecí. Y sentí que cogía mi brazo con fuerza. Buscaba una vena como se busca el ultimo amor. Pero no halló nada. Solo un rumor que llegaba d
El blog de Paco Roda