Pabellón E. Hospital de Navarra 2015 Imagínense en la profundidad de la noche. A esa hora en que las angustias campan a sus anchas, sin frontera alguna. Solo la que impone el amanecer. A esas horas uno puede cometer el error de hacerse una visita a sí mismo. Sobre todo si contemplas en directo que la vida es un proceso en demolición. Llevo diez días cuidando a mi madre en el Hospital de Navarra. Y eso es como un viaje al fondo de la noche. Una visita despiadada al lado oscuro del dolor, la enfermedad; al pensamiento sombrío, como la tristeza de una lagrima congelada. Para combatir el miedo de esas noches, recorrí el kilómetro cuadrado del Complejo Hospitalario de Navarra, como le llaman ahora. Y comprobé que por los pasillos de los pabellones D, E, y H, las certidumbres se desvanecen y la existencia toca suelo. Por esa geografía de la enfermedad, la vida y la muerte se saludan sin rubor. Varias veces vi a Caronte cansado de transitar de un pabellón a otro
El blog de Paco Roda