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Mostrando entradas de marzo, 2022

No hay dios que se aclare

Una columna periodística debe tener buen principio. Algo así como la fuerza de una lanza que cae con la brutalidad de un zarpazo sobre el pecho del lector. Cada semana trato de encontrar esa lanza. Pero últimamente, con la guerra de frente, no hay manera. Cuando no es el Nagore, es la Ezker, y cuando no el Chivite, o la Ibarra o Epaltza. Gente que hace poderosas las palabras humildes e interesante lo vulgar. Pero es que cuando menos te lo esperas te han robado la columna y esa punta de lanza imprescindible para no precipitarte en lo patético . Así que esta semana he decido no leerlos. Para no sentir su bufido en el cogote. Pero aun así, solo me sale la guerra. Guerra que me conmueve y me da miedo, y me despista porque no sé opinar del problema sin añadir un nuevo dilema. Y eso explota todas mis contradicciones de izquierdas. Guerra que me pone de mala hostia y me hace bramar contra unos y otros. Y también me enfrenta a algunas amistades por obviar no sé que geoestrategia q

TBO

Acababa de ver en el cine, en el cine de antes, Makinavaja, El último choriso, de Ramón Tosas, “Ivá”, donde su personaje, un filósofo-delincuente habitual del Barrio Chino de Barcelona, con aires de intelectual de izquierdas, hace de las suyas, que son un poco de las nuestras pero desinhibidos. No sé cómo me di de bruces con esta tienda por la que siempre que paso me pregunto quién coño vivirá ahí. A sabiendas que, posiblemente es una casa okupada por multitud de peña, de esa que la tiene pequeña que tanto diera que hablar en esta ciudad de toros en verano y curas en invierno que se decía antes. Miré con disimulo, pues ya empiezo a tener un pleito con la vista, por ese escaparate del que salía una luz mortecina que obligaba a abrir muy bien los ojos. Vi entonces al tendero, al vendedor, tras un pequeño mostrador encajonado. Luego supe que era el comandante en jefe de aquella montaña mágica de memoria gráfica al por mayor. Un universo de realidad distópica y fantasía lleno de s

Como los nuestros

Diré con Rodrigo Fresán, que una guerra no tiene ninguna estructura comprensible a no ser que se vea desde lejos, y mucho tiempo después, una vez que ha terminado. Vaya por delante que lo que sigue no pretende justificar nada. Nada. A lo sumo, compartir mis contradicciones. Porque de mis certezas apenas quedan los mástiles rotos de una fe en bancarrota. Y no sé como escribir, sin excusarme por ello, que esta guerra es la guerra que otros quieren que sea. Incluso el relato emocional, el del miedo, la compasión, el dolor y la pena y hasta el de la mala hostia, es lo que otros quieren que sea. Digamos que esta es nuestra guerra porque la sufre gente que podíamos ser nosotros mismos. Pero ese nosotros, en primera del plural, se conjuga diferente que en Siria, Irak o Afganistán. Lo siento. Pero huele a hipocresía. Y esto no mitiga las responsabilidades, de un lado y de otro, ni obvia las sangres derramadas. Lo decía una periodista española muy emocionada desde la frontera entre Po