En cierta ocasión, Manuel Vicent, en su columna dominical de El País, en esa que sin renunciar a la lírica, escupe dosis de bellaca realidad embellecida, llegó a decir que esta situación, la que nos toca vivir, a unos más que a otros, no podía ser por más tiempo descrita. Porque ya no cabían las palabras. Porque todo, o casi todo está dicho. Y que ante eso solo cabía renombrar el mundo apelando a la literatura. No para sucumbir al engaño, ni para la autoreclusión preventiva de los iconoclastas del desengaño, tampoco como adictivo paralizante, ni utilizada como dosis de arsénico balsámico. NI siquiera como aguardiente intelectual o pasatiempo ante el nihilismo político reinante. Solo como manera de reentender y de nombrar lo que ocurre. Porque la realidad vendida, traficada, secuestrada, despolitizada y bastardeada, está vacía. Se han empeñado, alguien, de que se vacíe. Suena, sí, pero está vacía. Por eso no somos capaces, no de entenderla, sino de encontrar los
El blog de Paco Roda