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Duelos y despedidas



Agustina tiene Alzheimer desde hace cinco años. Su hija Irene dice que estos son los mejores años que ha pasado  junto a ella. Y es que antes tenían sus  diferencias. Las justas y necesarias  en toda familia que se precie. Ahora les une la ternura y el abrazo.Y no pocas disquisiciones que no van a ninguna parte. Pero a Irene ya no  le interesa  ir con su madre  a ningún lado.  Imagino que a Agustina tampoco. Salvo a ese sueño limpio de polvo y paja que anida en  una mente en huelga y maravillosa. En ocasiones, Agustina evoca un pasado lejano y siente que ha pulverizado el presente. Porque es capaz de decir adiós sin marcharse. A Irene eso le gusta. Pero también le desgarra. El antiguo eslabón de la cotidianidad sin raspaduras ha saltado en pedazos convertido en un tsunami sin control por culpa de unos cromosomas subversivos. Agustina era maestra y cuando sale de paseo intenta recordar ríos, afluentes, cabos y cordilleras. Pero ya ni tan siquiera reconoce su geografia personal.Y eso es absolutamente devastador y cruel para quienes comparten  vida con ella. Su hija sabe que Agustina ha dicho adiós a toda su familia, aunque ella sigue aquí, agarrándose a los hilos raídos de lo que un día fue. Intentando frenar su propia deserción hacia delante.
Como muchos enfermos de esta terrible y destructiva enfermedad, Agustina se ha marchado en parte. Quienes conviven con ellos sufren una pérdida ambigua, una pérdida a medias. Porque están pero no están. Porque son pero no son. Porque habitan en esa zona gris de la ambigüedad de la que poco a poco van desapareciendo. Su pasado está lleno de cheques en blanco pero su presente está descapitalizado.
Enfrentar esta situación requiere de un esfuerzo sobrehumano para quienes acompañan en este proceso de desaparición. Afrontar este duelo, en esta  tierra incógnita que llamamos Alzheimer, es complejo, duro y muy doloroso. Porque la ausencia psicológica es tan devastadora como la ausencia real. A veces, incluso más; porque no se ubica en ningún lugar. Aunque sabemos que clama y desconsuela. Y se confirma a diario enfrentándonos al vacío del porvenir. Porque  a diario nos anuncia la ausencia definitiva y nos anticipa el porvenir de la nada.
Agustina es una apátrida del presente que  no sabe que lo suyo, de momento, no tiene ni rescate ni redención. Quizá vive al ritmo de este tiempo ausente, del cual han desertado los proyectos, las ideologías, los referentes, la confianza, los asideros, los dioses  y todos los remedios que un día tuvimos. Dijo Maragall, también enfermo de Alzheimer, que éste te deja sin memoria, pero no sin sentimientos. En lo más profundo de su luminosa oscuridad, Agustina sabe que  esta enfermedad no se cura sólo con afecto y amor. Pero a  ella se le  hace más llevadera.

Para Guillermo Nagore, en su empeño por conseguir una Política de Estado de lucha contra el  Alzheimer

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