A estas alturas ustedes
ya saben lo que nos espera. Otras elecciones o un pacto trampa. Y me pregunto
si existe algo más rastrero que fracasar a la hora de matarse, ese extraño
vicio hecho arte por una izquierda que no podrá gobernar si no es
desahuciándose a sí misma. Tampoco la derecha y la ultraderecha unidas jamás serán
ungidas. Pero sienten el vértigo de caer hacia arriba. Los nacionalismos, pese
a la demonización, ganan terreno y sin ellos no hay investidura. Pero tras la
sentencia, Sánchez no tendrá ningún voto independentista. Y ni siquiera una
sopa de letras indigesta alcanzaría los 176 escaños. Así que se adivinan nuevas
lógicas subvertidas. La principal, que el PSOE se inmole en el altar de la
traición y pacte un acuerdo de Estado con el PP para cerrar el costurón
independentista a sabiendas que la sinceridad se ha hecho imposible. Ese
acuerdo se estaría fraguando por dos razones. Una, porque ese Frente
Constitucional Antiindependentista sería el mejor instrumento de neutralización
del problema catalán. Esto no arreglaría el problema, pero oxigenaría a ambos partidos
garantizando el nuevo bipartidismo molecular. Y dos, para frenar la escandalosa
irrupción de la ultraderecha fascista de VOX. Y aquí sí que tenemos un
problema. Porque sus dirigentes anabolizados y sin filtro aspiran a subvertir
el orden constitucional y reconstruir el relato de la gran derecha fascista. Y
eso es como sentir el vértigo a cámara lenta. Además, ese frente buscaría la
narcotización de Podemos y resto de grupos anticapitalistas y la reedición de
un relato exterminador de todas las disidencias apostando por una democracia de
saldo.
Hoy
hace diez años, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos avaló definitivamente
la ilegalización de Batasuna, ilegalizada en 2003 en aplicación de la Ley de
Partidos. ¿Les extraña que VOX amenace con ilegalizar partidos como ya lo
hiciera aquella derecha pleistocena en cuyo seno se incubaron estos cachorros?
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