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Gente honrada


Por la tarde hago dos compras. En una tienda, una dependienta de 31 años se muestra alegre, eficaz, me cuenta que come con su madre todos los días, que ésta le cuida a la hija mientras ella trabaja en una tienda de telefonía. Me atiende bien, amable a más no poder. Sonríe y se muestra dispuesta a mostrarme el producto que voy a comprar. Me procura el menor precio y busca una oferta. Trata de ser honesta con su venta. Y yo me siento incómodo ante tanta amabilidad. Le pregunto si es así siempre. Sí. Tengo trabajo, me gusta y mientras me paguen y no me despidan, voy a cuidar a la gente y a hacer bien mi trabajo. Me sorprende, pero me atrapa su sinceridad en este mar de engaños y desengaños. Compro, le doy las gracias y me invita a seguir yendo a la tienda. Sigo de compras. En una panadería, la dependienta, otra vez dependienta, me enseña diversos tipos de pan y me aconseja. Me relata cómo se hace el pan, de qué está hecho. Pareciera que está trabajando en un gran proyecto de investigación. Su relato sobre el pan es apasionante. Vende pan, solo pan, pero pareciera que me vende trozos de vida y de alegría. Me dice que acaba de ser contratada y que está muy contenta. Insiste en mostrarse feliz. Me sorprende tanta amabilidad en una tarde de invierno.  Pero es así. Entonces reflexiono y me digo que este país, troceado, roto, arrasado por corruptos sin alma, no se merece esta ciudadanía honrada, feliz, a pesar de tanta basura contaminada a su alrededor, gente que, pese a la desdicha, es capaz de mostrarse amable y sincera. La gente, por lo general,  despliega buen hacer y ganas de hacer bien las cosas mientras una recua de mandarines destrozan, esquilman y se ríen a mandíbula batiente de millones de gentes. Y mientras, este gobierno se empeña en hacer de la mentira y la farsa, del robo y del engaño, de la estafa y la la insidia, la bandera de su gestión. Sublevación ya.  Porque la gente no se merece a esta gentuza. 

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