Soy de los que ha comido en platos de duralex durante muchos años. Esa vajilla de nuestras casas que ha perdurado como los relatos de Faulkner. El Tribunal de Comercio de Orleans comunicó el 23 de septiembre pasado el cierre definitivo de la empresa. Pero como dice Rodrigo Fresán, mi memoria ahora es no lo que recuerdo sino lo que no he olvidado. Y esta vajilla está ahí, como si estuviera conversando con ella una noche de invierno alrededor del fuego de nuestro propio pasado.
Y como homenaje a ese final saqué esta vieja fuente que aún aguanta en la casa del pueblo y la adorné de los últimos tomates de la huerta. Al chocar el tenedor con la fuente se produjo un ruido familiar. Y entonces la pandemia dejó de ser una maldición. Porque aquellos tomates apretaron el gatillo de la memoria. E irrumpió la maldita normalidad.
Hace 15 años escribí este artículo en Noticias de Navarra. Hoy hace 15 años de la muerte de este inmenso poeta catalán. Mientras algunos políticos analfabetos se enriquecen por el morro, mueren los poetas. A uno el cuerpo le pide mandarle a ese tal Galipienzo uno de los poemas de Miquel Martí i Pol, el poeta-obrero catalán muerto el martes pasado. Pero hay algunos hombres tan necios que si una sola idea surgiese de su cerebro, ésta se suicidaría abatida por su dramática soledad. Por eso prefiero seguir leyendo a este inmenso poeta que se ha ido en busca de un mundo donde reconstruir sus utopías. Miquel Martí i Pol fue una de las voces emblemáticas de la poesía catalana y un referente imprescindible de la identidad catalana. Un escritor de enorme carga emocional, un hombre que construía versos con los que se jugaba la vida en cada instante. Un obrero de toda la vida que empezó a trabajar a los catorce años en una fábrica de Rod...
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