Caminaba a duras penas, sostenida por un andador que manejaba nerviosa. Me fijé en sus zapatos, pequeños como los de una muñeca. Su rostro casi oculto por una mascarilla delataba una mujer en tiempos hermosa. Iba maquillada , quizás para ocultar la distopía dictatorial de un tiempo ya cansado. Eso imagine, pues la mascarilla solo dejaba al descubierto una mirada perdida enganchada a una soledad definitiva. Por un momento recordé a mi madre. Pero ella seguía viva, caminando por aquella acera en busca de su hermana ingresada en una residencia. Hacía veinte años que no se veían. Me preguntó por dónde se entraba. Yo iba por la misma acera cargado con un estado de alarma entre psicótico y esquizofrénico. Aquella pandemia estaba abriendo un gran agujero en el presente.
-Le dije que por ahí, señalando una puerta que señalaba un futuro incierto. Llamó al timbre y oí que preguntaba por su hermana, enferma de COVID.
–No señora, no. No se pueden hacer visitas a los residentes, dijo una enfermera-.
-Pero es mi hermana, me espera. Además, si muere sin familia solo podrá pertenecerse a sí misma, dijo casi llorando-.
-Lo siento señora, es por su seguridad-.
Miró alrededor, como buscando una complicidad imposible. Y pensó que la vida a veces se vuelve un disparate . Había viajado desde Bilbao y recibía un no inclemente. Solo quería abrazar a su hermana. Entonces recordó un juego infantil junto a ella. Sentadas en un columpio gritaban el nombre de ciudades exóticas cada vez que el vuelo alcanzaba su punto más alto: ¡Estambul, Kinshasa, Yakarta, Luanda! A ver quien iba más lejos.
Insistió de nuevo a la enfermera y le dijo:
-Hace tiempo que solo busco su mano, para volver juntas a las ciudades soñadas-.
Y lloró, como cuando abrimos la válvula de escape de la pena.
A los tres días recibió una llamada de la residencia.
Foto: Marta Salas
Hace 15 años escribí este artículo en Noticias de Navarra. Hoy hace 15 años de la muerte de este inmenso poeta catalán. Mientras algunos políticos analfabetos se enriquecen por el morro, mueren los poetas. A uno el cuerpo le pide mandarle a ese tal Galipienzo uno de los poemas de Miquel Martí i Pol, el poeta-obrero catalán muerto el martes pasado. Pero hay algunos hombres tan necios que si una sola idea surgiese de su cerebro, ésta se suicidaría abatida por su dramática soledad. Por eso prefiero seguir leyendo a este inmenso poeta que se ha ido en busca de un mundo donde reconstruir sus utopías. Miquel Martí i Pol fue una de las voces emblemáticas de la poesía catalana y un referente imprescindible de la identidad catalana. Un escritor de enorme carga emocional, un hombre que construía versos con los que se jugaba la vida en cada instante. Un obrero de toda la vida que empezó a trabajar a los catorce años en una fábrica de Rod...
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