Mientras hacía la compra en el supermercado del barrio, donde uno se da cuenta que tenía una cita con Dios pero se olvida por estar ocupado en asuntos más importantes, vi a una mujer en una silla de ruedas empujada por otra mujer latinoamericana de rasgos indios. La acompañante cuidadora la dejó en un pasillo mientras ésta se disponía, tras las ordenes de la mujer enferma, a hacer la compra. Una sensación de tristeza me invadió. Miré a la enferma, elegante, recién salida de la permanente, uñas arregladas, silla impoluta, ropa cara y unos ojos tremendamente tristes que clamaban piedad. La enfermedad la estaba enterrando en vida. Eso pensé. Quise irme corriendo de allí. Para que Caronte no se quedara con mi cara. Ya en la calle pensé que huía de la extirpación constante del dolor, de una política cotidiana definida por el aprender sin pedagogía, de la política del talante sin talento, o de la exigencia sin decisión.
La mujer enferma llevaba sobre su regazo un libro de Vicente Verdú, "La ausencia", un manual de buenas prácticas sobre el sentir melancólico en un mundo de pérdidas no resueltas, y duelos no asumidos.
Comentarios
Publicar un comentario