Martín Zabalza, director de Memoria y Convivencia ha utilizado el libro “Mentiras Monumentales, la guerra cultural sobre el pasado”, de Robert Bevan, como coartada argumental para justificar su posición frente a lo que él denomina “Proceso de Resignificación y Desconmemoración” de los Caídos. Se trata de un libro que se empieza a leer con pasión pero acaba en desilusión. Escrito por un autor crítico, sí, pero atrapado en la evitación del conflicto abierto entre memoria e historia. Y eso le pasa, creo, a Martín Zabalza. Que encuentra un arsenal intelectual a medida de un gobierno timorato para abordar un conflicto de ciudad, que no es fácil, pero que tampoco puede revictimizar y humillar más las víctimas contra las que se levantó. La idea clave de Bevan, que encuentra eco en MZ, es: “ hay que combatir la predominancia de los recuerdos, las emociones y las opiniones, lo que socava el valor de las evidencias físicas a la hora de establecer la verdad sobre un hecho histórico”.
No es fácil sostener que el derribo de este lugar de humillación, es la única redención posible para los miles de asesinados navarros en el holocausto español de 1936. Y no por falta de argumentos. Y es que casi todas las opciones conservacionistas del monumento abogan por la resignificación del mismo dotándolo de nuevos usos y reactivándolo a través de valores pedagógicos, artísticos, museísticos, históricos o monumentales. Así las cosas, la propuesta del derribo es acusada de populismo buenrrollista o diagnosticada como una patologización memorialística de nuestra historia. Es por ello que esta opción se enfrenta a un gran reto intelectual y político si quiere lograr consensos reparadores. Conviene por tanto distinguir entre lugares de memoria y lugares de humillación. Lugares de memoria serían los campos de exterminio, las fosas comunes, el Fuerte de Ezkaba o la cárcel de Sementales de Tudela, espacios que hay que conservar. Para evidenciar el mal y la muerte. Para visibili