Día sí día también, las persianas bajan de golpe. Sin un mañana más. En muchos escaparates cuelga la esquela “liquidación por jubilación”. Numerosos negocios cierran habiendo perdido la fe en la resurrección. Como esos 500 comercios que han cerrado en Pamplona en los últimos diez años. Un dato que conmueve y que sigue imparable, como la desesperante evolución de una enfermedad grave. La Infantil y Sombrerería Gutiérrez han sido los últimos. La droguería López sigue en cola.
Y sin embargo, este comercio es imprescindible. Porque genera redes de vecindad, identidad de barrio y procura seguridades invisibles. Estas tiendas nos orientan en la vida diaria. Sin ellas se produce un desapego del territorio que nos lleva a la indiferencia. Y entonces nos vamos. O nos echan.
A esta sangría se le llama gentrificación comercial, es decir, la sustitución de unas tiendas al servicio de las necesidades de la vecindad por otras al servicio de turistas o clientes fugaces. Esto empezó hace años y es común a muchas ciudades. En este sentido, Jorge Dioni dice que las ciudades se vacían, pero que no lo notamos. Creemos que están llenas porque vemos los cascos históricos llenos de personas, pero no es verdad. Están llenos de actividades al servicio de los flujos turísticos.
¿Pasa esto en Pamplona? ¿Está gentrificado el Casco Viejo? Pues falta un verdadero diagnóstico para confirmar unas tendencias evidentes que cuesta admitir.
Es verdad que no hay relevo generacional, que hay un cambio en los hábitos de consumo. Como es verdad que ya no necesitamos botones, ni betún para los zapatos, ni plumas estilográficas, ni brochas de afeitar. Y eso es lo grave. Que la economía de las cosas reales ha sido sustituida por la economía de las experiencias. Ahora compramos sensaciones, estímulos sensoriales, cosas sin alma. Y esos son los nuevos negocios que poco a poco llenan nuestras calles y vacían nuestras viviendas. Porque en este modelo la vecindad sobra. Lo que no sobra es la presión política y ciudadana.
Foto: Galle/Fototeca AGN
Hace 15 años escribí este artículo en Noticias de Navarra. Hoy hace 15 años de la muerte de este inmenso poeta catalán. Mientras algunos políticos analfabetos se enriquecen por el morro, mueren los poetas. A uno el cuerpo le pide mandarle a ese tal Galipienzo uno de los poemas de Miquel Martí i Pol, el poeta-obrero catalán muerto el martes pasado. Pero hay algunos hombres tan necios que si una sola idea surgiese de su cerebro, ésta se suicidaría abatida por su dramática soledad. Por eso prefiero seguir leyendo a este inmenso poeta que se ha ido en busca de un mundo donde reconstruir sus utopías. Miquel Martí i Pol fue una de las voces emblemáticas de la poesía catalana y un referente imprescindible de la identidad catalana. Un escritor de enorme carga emocional, un hombre que construía versos con los que se jugaba la vida en cada instante. Un obrero de toda la vida que empezó a trabajar a los catorce años en una fábrica de Rod...
Comentarios
Publicar un comentario