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Mostrando entradas de febrero, 2020

Un par de euros

Fotografia: Jonas Bendiksen /Magnum Photos/  A las 7,30 el frío hace que las palabras se te enganchen entre los dientes, pero él ya está ahí. Dándome los buenos días con estos versos de Bishop: “perdí dos ciudades entrañables y un inmenso reino que era mío, dos ríos y un continente /los extraño, pero no ha sido un desastre.” Quizás ha dormido poco. Pero está ahí, como cada mañana. Para pedirnos cuentas por nuestra fortuna. En esa esquina que confluye entre las calles san Antón y San Miguel. Por eso él, un negro llegado de Gambia hace un año, se sienta ahí. Esperando que entre caridad y piedad logre sacar el día. Cada vez que paso por delante de él siento la tentación de echarle unas monedas. Pero no lo hago. Y me cargo de remordimiento para el resto de semana. Trato de redimirme pensando que lo importante no es la acción caritativa en sí, sino la relación entre las partes implicadas, ese africano y yo. Y me doy cuenta que ese gesto de caridad, el de ofrecerle un euro, es a

El dueño de mi muerte

No vi morir a mi padre. No llegué al hospital por una hora. Una hora de su tiempo ya muerto.   Caronte se había cansado de esperar a un hombre que los últimos diez meses de su vida fueron una agonía sin desenlace. Había sufrido varios ictus que lo inmovilizaron por completo, que lo dejaron sin habla, y lo peor, mi padre no podía comer y además padecía ageusia, una enfermedad que le impedía saber a qué sabían los alimentos. No notaba nada, excepto cuando soñaba. Muchas veces me miraba desde el fondo del abismo en que se había convertido su vida, como solicitándome un salvavidas, pero ya estaba ahogado. Muchas veces nadé con él en ese infierno y muchas más pensé en ayudarle a morir porque, como dice Menéndez Salmón, no merece la pena vivir por lo que no se está dispuesto a morir. Incluso ideé un plan para convencer al médico que le atendía para que, traspasar el espejo fuera un acto heroico, limpio y feliz. No pude y lo peor, él tuvo que esperar a que el cuerpo lo arrastrara hasta es

Día Mundial del Cáncer

  Fotografía: Philipp Halsman /Magnum Photos/  Recibió la llamada a las 10,30 de la mañana aproximadamente. Fuera hacía un frío que penetraba como una sonda en el cuerpo. Pero ella estaba recostada en el sofá arropada con una manta presa de un inconfesable agotamiento que le tribuía a fluido de nuestra cotidianidad. Había desayunado escuchando la obra póstuma de Leonard Cohen, “ Thanks for the dance ”. Cuando cogió el teléfono recuerda que sonaba “ Happens to the Heart”* .- Dígame se atrevió a decir nerviosa, .- mire le llamo del Consultas Externas del Hospital, es para comunicarle que tras las pruebas detectadas, nos gustaría hablar con usted para valorar los resultados y nos.., colgó el teléfono presa de pánico. Como se cierra una puerta tras sentirte perseguida en esos sueños de caída libre. Su respiración se cortó en seco y sintió el miedo royéndole el cogote. No sabe por qué le vino la imagen de mucha gente sin más rumbo que la inmensidad. Y también sintió, como otras v

La Jarauta

Calle Jarauta, Pamplona-Iruña, febrero2020 En aquella calle la mayor parte de la realidad se disolvía en el aire del olvido. Aquí vivieron comerciantes, notarios y familias ilustres. Y putas y gitanos de raza. En 1700 fue la calle de los pellejeros, pero desde 1906 se llama Joaquín Jarauta, La Jarauta . Hoy es una de las calles más degradadas de la ciudad. Vive gente sí, pero como dejándose caer y esperando lo inevitable.   Aquí la pobreza severa apalea a un 18,6 de la población. Pero ese malvivir de muchos   resuena poco. A no ser por la Jarauta 69. Aquí la soledad es la compañía de mucha gente mayor. Y muchos sobreviven hacinados en habitaciones de mala muerte que se pagan a 350 euros. Aquí la gente se ha vuelto refractaria al paro. Tanto que saquea su propia vida para ofrecerla al mejor postor. Muchas familias están enganchadas a la desesperanza vital de un futuro imperfecto. Aquí no quedan apenas comercios, ni tiendas. Ha habido una descapitalización generalizada de