Calle Jarauta, Pamplona-Iruña, febrero2020 |
En aquella calle la mayor parte de
la realidad se disolvía en el aire del olvido. Aquí vivieron comerciantes,
notarios y familias ilustres. Y putas y gitanos de raza. En 1700 fue la calle
de los pellejeros, pero desde 1906 se llama Joaquín Jarauta, La Jarauta. Hoy es una de las calles más
degradadas de la ciudad. Vive gente sí, pero como dejándose caer y esperando lo
inevitable.
Aquí
la pobreza severa apalea a un 18,6 de la población. Pero ese malvivir de muchos
resuena poco. A no ser por la Jarauta
69. Aquí la soledad es la compañía de mucha gente mayor. Y muchos sobreviven
hacinados en habitaciones de mala muerte que se pagan a 350 euros. Aquí la
gente se ha vuelto refractaria al paro. Tanto que saquea su propia vida para
ofrecerla al mejor postor. Muchas familias
están enganchadas a la desesperanza vital de un futuro imperfecto. Aquí no
quedan apenas comercios, ni tiendas. Ha habido una descapitalización
generalizada de recursos y del tejido comercial. Y una galopante degradación
del parque de viviendas. Aquí solo quedan algunos bares y la mayor tasa de
sociedades gastronómicas y peñas de la
ciudad; como si fueran una salida de emergencia.
En tiempos la comunitarización y la
vecindad bien entendida funcionó. Pero la ruptura de redes vecinales
destrozadas por nuevas formas de consumo, residencia y sociabilidad, han roto los
vínculos que soldaban a la gente. Hoy todo son puntos suspensivos. Y sí, están
los Servicios Sociales. Pero saturados de tensión y burocracia de contención.
¿Cómo
se arregla esto? No es fácil. Intervención publica e institucional que
revitalice globalmente la calle a partir de necesidades reales del vecindario.
Un vecindario que debe incluir en sus acciones a ese 18,6 de población siempre
excluida de todo proceso participativo y
de dinamización. Solo así se politiza el sufrimiento. Más allá de la
dinamización festiva, sumisa y desconflictivizada.
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