Este fin de semana en Pamplona, unas jornadas han
abordado un debate incómodo. Qué hacer con el Monumento a los Caídos, un
edificio que se levantó en honor de los vencedores de una guerra bastarda. Un
asunto en el que es difícil ser imparcial.
Porque serlo sería una traición a la
verdad. En juego hay restos de sangre, memoria, emoción, duelo, dolor,
dignidad, traición y más. Tanto, que no caben en esta columna. No tengo la
memoria familiar ensangrentada. Pero
conozco a gente con una retahíla de
familiares fusilados cuyas almas todavía aúllan en las entrañas de
la tierra. Siguen desaparecidos mientras nos entretenemos en buscar el sentido, uso o continuidad de un edificio levantado en honor
de una sola sangre. Y encontrarlos quizás fuera lo prioritario, más allá de este necesario debate.
Pero puestos a
pensar, creo que este asunto no puede resultar amable para nadie. Ni resolverse
con la prisa pisándote los talones. Ni hacer las cosas por si acaso. Y saben de
qué hablo. Si así lo hiciéramos pecaríamos de negligencia ética e intelectual .
Este debate exige estrujarnos más allá de la emoción que nos concite. Y más allá
de las hipotecas o acuerdos políticos contraídos si los hubiera. Incluso más
allá de la Ley de Memoria Histórica. Porque
con ella en la mano, el edificio
incumple la norma desde los cimientos hasta la punta de la cúpula. Así que
habría que tirarlo. Pero destruirlo nos libera solo de momento, nos ofrece una
victoria pírrica sin recompensa histórica. Y redime, en parte, a las víctimas. Pero nos resta oportunidad de
aprendizaje. Porque como dice Iñaki Arzoz “esa captura simbólica de un arma del
enemigo se puede convertir en una herramienta contra su relato y fuente de nueva imaginería”. Y en esto no importa
tanto la escenografía a futuro como construir el mejor proceso de virtuosismo
civil.
Artículo publicado en Noticias de Navarra el día 30 de enero de 2017
Yo, querido Paco, no soy partidaria de tirarlo: devolver otro golpe nunca es buen método para pasar página. Mucho escombro, mucho hoyo, mucha pasta,... Yo le pintaría un trampantojo a todo él, lo trampantojaría en una ruina en la que se enseñorea la metafórica hiedra del olvido. Tambíén quitaría desde ya esas cruces que coronan sus cúpulas y que parecen el símbolo del mal en una escenografía "Harrypotteriana". Y las arrancaría en honor a las pocas pero excelentes personas que entre mis amistades se reconocen cristianos. Pero quedaría el contenido, ¿para qué podría servir ese despropósito frío y déspota? Yo tengo una idea ya sé que muy chiflada para una ciudad como nuestra querida Iruña: Hay que cambiarle la energía al mausoleo, así que lo dejaría de espacio abierto con tandas abiertas a todo el que se quiera sumar para, bajo la tutela de un monitor, hacer tai-chi, yoga, meditación, bailar, distintas actividades que le retuerzan el cuello al ágila imperial pero con suavidad, para que se tumbe tranquilamente a practicar un reposado mindfulness. JU, ju, ¿A que es buena? En cualquier caso ese servicio municipal habría que ofertarlo ya; un jardín tipo Taconera o ciudadela sería ideal con buen tiempo pero en nuestro sempiterno aguacero, no sé yo.
ResponderEliminarHabría que darle más vueltas pero siempre con el cambio de energía como prioridad para ese pipote de regia sillería.
Es un monumento a un golpe de estado fascista, que la Iglesia católica lo llamó "cruzada" y todavía puede leerse, "Navarra a sus muertos en la cruzada"
ResponderEliminarHace unos días un grupo de "expertos" arquitectos y doctorados en historia, abogaban por su conversión en un museo a la vez que hacían un llamamiento a la reconciliación con el pasado...me pregunto a que parte del pasado se refieren, quizás a la decisión de carlistas, falangistas y el general Mola de sacar de sus casas y llevar directamente a matar a más de tres mil navarros? Mientras ese edificio este en pie, nos seguirá recordando el horror y el genocidio perpetrado por los "vencedores" para eso son los monumentos, para que no lo olvidemos...
El debate será todo lo incómodo que se quiera (¿para quién, especialmente?), pero la verdad y la Ley está por encima de cualquier otra «resignificación» (disfraz), que se quiera imaginar. Y la verdad es que ese edificio solamente se hizo con una finalidad, glorificación de los golpistas y como recuerdo de que ganaron la guerra y siguen ahí. ¿Como puede ser posible que ese mismo edificio, cuya imagen nos ha recordado siempre que los asesinos fueron los vencedores, podamos contemplarlo de la noche a la mañana como una liberación? La «captura simbólica esa» no es más que un juego teórico que sirve para comenzar aceptando la derrota e inclinar la cerviz ante todos los golpistas y sus herederos, todos ellos ajenos a pagar por ninguno de sus crímenes. Y mientras tanto, las cunetas llenas de «desaparecidos». Hay cosas que producen vergüenza ajena. Josu lo ha expresado muy bien.
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