He aquí a un hombre construido sobre el alambre de un poema, un hombre de una voz dorada que te llega rasga el alma, que te la inmacula con un aspersor de bienvenida tristeza. Mestre no debería ser de este mundo. Pero para su desgracia lo es. Y por suerte para quienes lo oímos desde las profundidades de la emoción, desde las alegorías imposibles de la lucidez. Mestre me recuerda a esos profetas paralizados por éxtasis robados. Oír recitar a Mestre supone experimentar un juego de química en el que te das cuenta que estás escuchando a un mártir de la sensatez. Porque frente al estoicismo de saldo que nos preside, Mestre suena como un epitafio en medio de un misterio. Inmenso Mestre en Pamplona, junto a Paco Ibañez, con motivo del final de unas jornadas en las que se juzgaba al franquismo arquitectónico que aún perdura en nuestra ciudad.
He aquí a un hombre construido sobre el alambre de un poema, un hombre de una voz dorada que te llega rasga el alma, que te la inmacula con un aspersor de bienvenida tristeza. Mestre no debería ser de este mundo. Pero para su desgracia lo es. Y por suerte para quienes lo oímos desde las profundidades de la emoción, desde las alegorías imposibles de la lucidez. Mestre me recuerda a esos profetas paralizados por éxtasis robados. Oír recitar a Mestre supone experimentar un juego de química en el que te das cuenta que estás escuchando a un mártir de la sensatez. Porque frente al estoicismo de saldo que nos preside, Mestre suena como un epitafio en medio de un misterio. Inmenso Mestre en Pamplona, junto a Paco Ibañez, con motivo del final de unas jornadas en las que se juzgaba al franquismo arquitectónico que aún perdura en nuestra ciudad.
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