Uno tiene larga intimidad con la
duda. Fruto de lo que le ronda y no le
cuadra. Y es que no es fácil cuestionar la próxima Gran Recogida organizada por
el Banco de Alimentos de Navarra. Porque pareciera que uno está en contra de la
solidaridad, de la buena fe y mejor voluntad de los mil voluntarios y abanderados
contra el hambre en Navarra. Pues no. Les cuento. Yo no dudo de la buena fe de
nadie, ocupe el cargo que ocupe, dentro del BAN. Lo que cuestiono es la
gestión, la estrategia, la actividad en sí. Porque esta iniciativa, como otras
en España, responde a una nueva beneficencia socializada como valor. Un valor
que apela a la buena voluntad privada pero que no cuestiona el núcleo duro de
la pobreza social. Que potencia la caridad sin cuestionarse la desigualdad y
menos la justicia distributiva. Aunque se diga. Que no nos moviliza más allá
del supermercado. Ni siquiera a los voluntarios, convertidos en empaquetadores
o transportistas. Que no genera redes de solidaridad activa y movilización
colectiva. Que no cuestiona que detrás de ese kilo de arroz o de aceite, están
los grandes productores de desigualdad mundial. Que nos hace ajenos a ellos, los
necesitados, como si no fueran parte del nosotros.
Y es que estas iniciativas relegan a los
necesitados a meros receptores de donaciones. Al caritativismo estigmatizante que
culpabiliza a un sujeto empobrecido generando una gran desmotivación y mayor desmovilización.
Por si fuera poco, la recogida de alimentos es un gran negocio para las grandes
superficies vía deducciones fiscales. Porque yo compro de más y con ello genero
más beneficio. Pero yo no lo dono, lo dona la gran superficie. Y esa es la que
gana con mi kilo de más vendido y con la
deducción fiscal de mi solidaridad privada convertida en negocio. Así es la
nueva gestión neoliberal de la pobreza.
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
Comentarios
Publicar un comentario