Están aquí, quizás todavía se contienen con cierto pudor verbal. Pero
piensan en ello. En la pena de muerte, en la deportación de extranjeros, en la
expulsión y control de musulmanes, en el cambio de leyes de extranjería, en el
blindaje nacional, en las vallas, cuantas más y más altas, mejor.
El sábado pasado, en el programa la
Sexta noche, tras el atentado de París, dos intelectuales fascistas
tuneados al estilo Curzio Malaparte y protegidos por la gula de opinión, lo dejaron bien claro. Francisco Marhuenda y
Eduardo Inda, dos estrellas de la agitación neofascista vinieron decir que ya vale de interculturalidad
buenrollista y de hipergarantismo democrático con los otros, con aquellos musulmanes que no
se integren en nuestra sociedad. “Quien no asuma nuestros valores que se vuelva por donde ha venido”.
Estos dos Le Pen saben que decir eso
les sale gratis e incluso rentable. Porque saben que conectan con las emociones más bajas del ser humano tras el olor de la sangre caliente. Porque analizan
sólo las partículas elementales del problema, la zona sumergida de las
pasiones, las cloacas del pensamiento primario. Porque alimentan el populismo
más bastardo. Y esto, regado de sangre, es el potaje más tóxico al servicio de
la tensión islamofóbica de la nueva sociedad fascista. La que confunde el todo
por la parte, la que ensalza valores
morales y sagrados, los nuestros, y justifica otras violencias protegidas al
servicio de esa defensa nacional en la que los otros no caben.
Nuestros Le Pen alimentan así la
islamofobia exclusógena que ya está presente en Alemania, en Francia de camino,
y en España por llegar de la mano de algunos partidos como Plataforma per
Catalunya o
el PP más duro. Lo leí el otro día en una pintada: "compro oro, vendo moro".
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