Creerle es cuestión de conciencia, cercanía o simpatía. O quizá, por el mero hecho de mirarle fijamente a los ojos. Cada uno es libre de creer a quien le dé la gana. Y es que tras esa mirada se descubre un hombre que ha llegado al momento vital en el que ya no vale la pena fingir. Le sigo desde hace tiempo. Casi desde que dirige -dirigía- Egunkaria. Creo que en todas sus opiniones trata de ser honesto y limpio. Sin mala baba. Así que no creo que este hombre apoye o financie a ETA. Él se ha decantado varias veces y le he oído decir que está en contra de esa estrategia. Ese es mi parecer. Dice, y le creo, que ha sido salvajemente torturado. Como él, también otros directivos del periódico secuestrado. También lo creo. Más aún. No pensaba que el Estado se pasara cien pueblos con ellos. No podía ser verdad que se le fuera la mano con gente pública y notoria. Pero así ha sido. Alguno dirá que hay que demostrarlo. Claro. Como lo contrario. Y puestos a creer, a quien no creo es al ministro Acebes. Y menos si habla desde el púlpito del Ministerio del Interior. Con esa altanería que dijo que la denuncia de torturas era una patraña de los amigos de ETA, lo dijo en su día el ministro Belloch, cuando defendió a capa y espada a un tal Galindo y lo ascendió a general mientras escondía un currículum sangriento y criminal. Y se tuvo que comer, aunque no reconocer, el sapo envenenado. La Justicia demostró la calaña del tipo en cuestión. Y es que aquí, como dice Sánchez Ostiz, no interesa la verdad, lo que interesa es la victoria sin concesiones. El Estado es demasiado soberbio como para rendirse ante la evidencia. Creerle a Martxelo Otamendi es estar expuesto a ser considerado colaborador con banda armada. A esta lista negra se ha unido también el ex acalde de Barcelona y socialista Pascual Maragall. Las torturas infligidas a Martxelo forman parte de la dinámica policial de este Estado denunciado por Amnistía Internacional que el pasado año acumuló en sus michelines la vergonzosa cifra de 320 casos por tortura, la forma más extrema de traumar e infligir dolor a un ser humano. Si quitarse enemigos ideológicos de en medio a gatillazo limpio es una locura injustificada, torturar desde el poder no lo es menos. Más aún, aprovecharse de la estrategia de ETA para tener manos libres con los detenidos, significa gobernar desde las alcantarillas, ese despacho que algunos estados utilizan cuando el derecho se la trae floja. En estas condiciones odiarlo todo y odiarse es un desenfreno de rabia caníbal. ¡Que alguien haga algo para que el futuro no nos espere sólo para inmolarnos¡
Posdata: Este artículo se publicó en enero de 2003, en Diario de Noticias de Navarra. Han pasado once años. Pero lo que escribí en su momento, lo volvería a firmar hoy. Porque salvando la forma, no ha cambiado el fondo ni el trasfondo. Porque hoy mismo, tras la impresentable presencia de Rajoy y su ministro del Interior ayer en París en la manifestación en favor de la libertad republicana, francesa por supuesto, la Guardia Civil ha detenido a dieciséis ciudadanos, doce de ellos abogados en diferentes ciudades del Pais Vasco. Se les acusa de integración en organización terrorista y delitos contra la Hacienda Pública. Curioso, ayer en París, Rajoy batía palmas en favor de la libertad de expresión, él que ha firmado la "ley mordaza" en España. Y más curioso, para Rajoy, al parecer, no hay mayor peligro que la debilitación del recuerdo de ETA, como para Franco lo fue el debilitamiento del recuerdo de la Guerra Civil. Por eso, si ETA ha muerto, el PP necesita resucitarla. Al precio que sea. Es año de elecciones y el PP necesita votos bastardos.
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