En una reciente columna de opinión de El País, el filósofo alemán de
origen coreano Byung-Chul Han se preguntaba lo siguiente: "¿Por qué el
régimen de dominación neoliberal es tan estable? ¿Por qué hay tan poca
resistencia? ¿Por qué toda resistencia se desvanece tan rápido? ¿Por qué ya no
es posible la revolución a pesar del creciente abismo entre ricos y
pobres?" Y se contestaba: "Para explicar esto es necesario una
comprensión adecuada de cómo funcionan hoy el poder y la dominación".
Byung-Chul va a publicar en España -en breve- un texto titulado Psicopolítica y
con ello enmarca la actual dominación política sobre la ciudadanía
que ya anunciara Foucault en La
volonté du savoir, el primer volumen de su Histoire
de la sexualité. El francés rebelde se refería
con el concepto a la práctica de los estados modernos
de "explotar numerosas y diversas técnicas para subyugar los cuerpos y
controlar a la población". Así que la novedad de la reflexión de
Byung-Chul no es tal. Porque su apuesta reflexiva apunta, más que a las
metodologías de dominación, a los efectos de ésta en un contexto en que la
autodominación se ha hecho más patente, más biográfica y perfeccionada sobre los estados de animo. Algo que filósofos y teóricos
de la sociología como Lazzarato o Agamben, ya llevan tiempo desarrollando. Tal
vez la novedad del german-coreano es que se está proyectando como el nuevo
Fukuyama del establishment reflexivo y mediático. Porque en su
reflexión no hay intento alguno de desarrollar una teoría de la
praxis contra el actual estado de cosas. Se limita a diagnosticar, con mayor o
peor fortuna que sus maestros, pero no va más allá. Y con ello se consagra como
una aventador de las basuras que nos inundan pero no como
un facilitador de soluciones, que, aunque difíciles de encontrar
en este contexto de incertidumbres y pasillos negros de la historia, son más necesarias que
nunca. El mismo lo anuncia: "El capitalismo llega a su
plenitud en el momento en que el comunismo se vende como mercancía. El
comunismo como mercancía: esto es el fin de la revolución." Ya ven, a poco
que indaguen, descubrirán un nuevo Fukuyama.
Hay muertos que no buscan a sus asesinos. Ni siquiera se buscan a sí mismos. Solo quieren saber si queda alguien que les eche en falta. Porque hay muertos que no son de nadie. Son los más amargos. Porque siguen sin morir del todo. Ocurrió en Lodosa. En La Plazuela. Eran la seis de la tarde del 18 de julio de 1936. La plaza olía a circo. Pero también a sangre y a moscas. Algunos ya sabían que el futuro se acababa allí. A esa hora. Otros prefirieron buscar dónde matar el calor de una tarde sangrienta. Y allí estaba el circo para sonreírle a un verano bastardo: el Circo Anastasini. Un circo procedente de Ceuta regentado por un italiano, Aristide Anastasini. En el circo había un elefante viejo y caballos y payasos, y una niña amazona llamada Joana que cabalgaba un corcel blanco que giraba alrededor de un destino negro. Y había moros y negros y malabaristas de Madrid y payasos italianos y magos y funambulistas franceses del protectorado español de Marruecos. Cincuenta enamorados de
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