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Desvelados



Foto: Clemente Bernad

María Alonso tuvo cientos de sueños. Pero fue incapaz de desvelarnos el último. No pudo. Se lo llevó a una tumba después que unos falangistas, tras violarla, la asesinaran en Izagre (León) el 10 de octubre de 1936. Ese día el otoño ya anunciaba un invierno negro en un país emponzoñado. Y María, como cientos de hombres y mujeres que fueron exterminados ese día, dejó de soñar. Pero ahora sus sueños sepultados durante años resucitan para reconstruir una memoria proscrita.
María Alonso Ruiz era presidenta de Unión Republicana en La Bañeza (León), un cargo envenenado de muerte. En el momento de su detención tenía una infección en su oreja derecha y dejó en casa uno de sus pendientes. Después solo se oyó el disparo de un silencio amargo. Y el eco de una agonía sin desenlace. Cuando en 2008 se exhumaron sus restos de la fosa común, se encontró ese pendiente. Faltaba el otro. Lo tenía su hermana Josefina, presente en la exhumación, que lo había llevado consigo desde el asesinato de su hermana incrustado en una sortija como una prueba de amor y fidelidad. Entonces, el tiempo desenterrado cerró un círculo mágico empeñado por el duelo y la memoria. Una memoria cerrada en falso.
Esta historia es uno de los ejes narrativos del documental Morir de sueños, obra del fotógrafo pamplonés Clemente Bernad. Un documental incómodo, nada amable y sin ninguna concesión a la equidistancia políticamente correcta que soborna no pocas miradas sobre la Guerra Civil española. El documental es áspero como la luz difusa que emborrona las imágenes. Imágenes duras, acariciando la pornografía histórica, la depravación visual. Imágenes que nos piden un descanso. Porque en Morir de sueños ya no hay sitio a causa de tanta muerte. Y sin embargo, en medio de la oquedad de tanto hueso sin entrañas, de tanta violencia silenciada, el dolor no duele ya. Porque se siente la reconfortante caricia de la memoria redimida.
Tanto este documental, como Desvelados, un proyecto fotográfico alrededor de las exhumaciones de fosas comunes de la Guerra Civil española realizado por el mismo autor, nos desvelan sin sobresaltos, nos conmocionan sin aspavientos, nos atormentan sin rencor. Esas imágenes llaman a la puerta de una historia todavía mutilada. Sumergida bajo mantos de tierra callada pero vibrante. Una historia incómoda pero absolutamente necesaria para reconstruir una transición incompleta.
Por otro lado, el autor tampoco resulta un tipo complaciente. Pues como él dice hay que repolitizar la mirada en un contexto de absoluta concesión al blandismo aséptico impuesto por las exigencias del mercado y del pesebrismo cultural dominante. Y en este caso su cámara toma partido. Sin ambages. Y busca el conflicto, el drama y la fatalidad frente a un pasado absolutamente bastardo y un presente dulcificado y traficado. Aun así, su mirada se posa dulcemente; acariciando rostros, manos, pies y cuerpos en busca de sueños por desvelar.

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