El sábado mucha gente, incluso militantes de EH-Bildu, se manifestaron por las calles de la ciudad. Nos convocaban las Asociaciones Memorialísticas por el derribo de los Caídos. No me entretuve en contar la gente, pero el malestar con el acuerdo político consensuado por una izquierda travestida incapaz de someterse a la ley y a su propia memoria, era notorio. Porque ese acuerdo, aunque se afirme lo contrario, devuelve la luz a un muerto que pronto cumplirá cincuenta años. No sé si parte de esa izquierda que ha sucumbido al pacto de “susto o muerte” marcado por una línea roja impuesta por el socialismo navarro, se sentirá interpelada. Sería deseable. Por aquello de recuperar ese tiempo en que las certezas eran más rojas y la nieve más blanca y hasta nos rebelábamos mejor, que diría Alba Rico. Porque no hacerlo es participar del relato perpetrador. Porque este edificio es el mayor símbolo de humillación a las víctimas del franquismo en Navarra. Echar mano de un relato pedagógico que denuncie los crímenes del fascismo a través de una nueva arquitectura pasteurizada y blanqueada de todo su horror y significado, es tan tramposo como pretender resignificar el anagrama de ETA sometiéndolo a un proceso de desinfección y esterilización histórica. Porque ninguna de las dos resignificaciones puede asumir el universalismo de su conservación. Salvo que se pretenda una “redención” de lo sucedido mediante la trampa del revisionismo neoliberal.
En un reciente artículo Patxi Zabaleta dijo que “La resignificación es la guerra intelectual y no cruenta del futuro”. Zabaleta resolvía así la ecuación cruenta del pasado. Con un malabarismo intelectual que lejos de neutralizar el monumento y su carga simbólica, lo refuerza pues lo deja inmune de toda responsabilidad con la historia y con las víctimas. Fue Walter Benjamin quien dijo que para rescatar el pasado tenemos que hacer renacer las esperanzas de los vencidos. Y así no.
A pie de Obra
Diario de Noticias de Navarra
Foto: Fototeca Archivo General de Navarra/Franco en los Caídos, 1952
Hace 15 años escribí este artículo en Noticias de Navarra. Hoy hace 15 años de la muerte de este inmenso poeta catalán. Mientras algunos políticos analfabetos se enriquecen por el morro, mueren los poetas. A uno el cuerpo le pide mandarle a ese tal Galipienzo uno de los poemas de Miquel Martí i Pol, el poeta-obrero catalán muerto el martes pasado. Pero hay algunos hombres tan necios que si una sola idea surgiese de su cerebro, ésta se suicidaría abatida por su dramática soledad. Por eso prefiero seguir leyendo a este inmenso poeta que se ha ido en busca de un mundo donde reconstruir sus utopías. Miquel Martí i Pol fue una de las voces emblemáticas de la poesía catalana y un referente imprescindible de la identidad catalana. Un escritor de enorme carga emocional, un hombre que construía versos con los que se jugaba la vida en cada instante. Un obrero de toda la vida que empezó a trabajar a los catorce años en una fábrica de Rod...
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