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Solidaridades sí, pero mejor redistribución justa



Seguramente la solidaridad personal y privada, entre iguales, va a emerger de un momento a otro. Quizás ya lo está haciendo. Esa solidaridad de buena fe, de buena gana y mejor voluntad. Especialmente con aquellas personas más vulnerables, con aquellas con la que esta pandemia se va a cebar con más intensidad. Con las que tienen menos recursos personales y materiales. Con las desprotegidas, solas, pobres, aisladas, con los drogodependientes, gentes sin hogar, sin recursos, familias con menores fuertemente precarizadas, desahuciadas, gentes que comparten una habitación de mala muerte, gente mayor y sola, altamente dependientes, mujeres solas, racializadas, inmigrantes sin recursos, exiliados, refugiados. Y así hasta casi nueve millones de ciudadanos pobres y en situación de pobreza relativa y severa que no podrán hacer frente a esta pandemia como mandan las recomendaciones. Sencillamente porque no pueden. Porque sus vidas ya eran una pandemia invisible. Y ahora se les exige gestionar, no solo su pobreza, sino también su precaria salud. Porque eso va con la pobreza. Complejo no, lo siguiente.
Y sí, seremos solidarios y montaremos todo el circo solidario que haga falta. Pero esa no es la solución. O no es toda la solución. No. Porque la verdadera solidaridad, la redistributiva, es la que debe desplegar el estado de protección social a todos los niveles. Todos los sistemas de protección social deben priorizar en este momento a esas poblaciones vulnerables. Ahora más que nunca. Para brindar de verdad por la autentica solidaridad. Aquella que no depende de mi buena voluntad, sino la que se distribuye desde un Estado social que hace suyas las necesidades de esa ciudadanía más vulnerable. Sin piedad alguna, sino en toda regla. 
15 de marzo, Primer día del decreto de alarma

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